Somos unos menudillos de carne y sangre que terminamos siendo, con el correr de los años, no más que unos trastos viejos. Pero en ellos, ¡oh maravilla!, ha insuflado Dios su vida divina para que lleguemos a ser semejantes a él. En lo mortal, lo inmortal, en lo efímero, lo eterno, en el gusano, el ángel, en el amasijo de piel, huesos y tripas, el espíritu.
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