Hay que ponerse a salvo del mundo, de su agitación, de su desmesura, de su pecado. Hay que estar en casa, en silencio, contemplando la luz de la tarde. Hay que ser monje cartujo y guarecerse en las nubes, en el cielo, en la oración. Hay que callar mucho, hablar poco, y estar atento a las personas, sobre todo a ellas, y a las cosas. Hay que mirar a los ojos y escuchar. Hay que bendecir.
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